¿Será casualidad que en el mes de Noviembre celebremos el día de muertos y sólo un mes después Navidad, que representa el nacimiento de Jesús?
El simbolismo es maravilloso porque la vida y la muerte conviven tanto, que se convierten en caras de la misma moneda.
Cuando nacemos no tenemos nada seguro. Tal vez seremos exitosos y bohemios. Altos meseros, guapos, trabajadores, feos, cantantes. ¿Quién lo sabe? Lo que si tenemos seguro desde el día en que el mundo nos recibe, es que regresaremos al lugar de donde acabamos de llegar. Y no, no me refiero a regresar al vientre de mamá, me refiero a ese lugar amoroso, honesto, pacífico y celestial del que provenimos. O al menos, eso creo yo. Sin evidencia científica, pero con una clara convicción de que dejar el cuerpo es el inicio de otra experiencia aún más maravillosa que la vida.
Desde niña me he sentido atraída por este tema, y como sucede que en lo que te enfocas es lo que captas y lo que puedes observar; he investigado, leído, escuchado y aprendido todo cuanto a este tema se refiere. Y sí, cada vez estoy más convencida que esta vida es una experiencia de elecciones, aprendizajes amores y desamores, de inicios y finales que nos prepara para el siguiente paso.
La muerte, es algo aún desconocido pero cada vez más explorado. Quizá es una de las grandes ventajas que tienes ahora el enterarte de las cosas casi al instante, que tienes la posibilidad de investigar a fondo.
Anita Moorjani (Morir para ser yo), el Dr. Eben Alexander, neurocirujano (La prueba del cielo), Emilio Carrillo (El tránsito), por mencionar solo algunos, hablan en sus libros de lo que experimentaron cuando sus cuerpos estaban apagados y la manera en que vivieron este tránsito de manera muy clara y similar a pesar de las diferentes fechas, edades y profesiones desde la que cada uno tuvo este encuentro cercano con la muerte.
Sea cual sea tu creencia, la muerte es una verdad que llega antes o después y para la que nunca estamos listos. Aunque es tan anunciada, nos sorprende siempre. Y sucede en la vida. La muerte sucede en la vida.
En ocasiones nos deja heridas que tardan mucho en sanar porque pensamos que nos arrebata a nuestros seres amados. Tras el duelo y el enojo, entendemos que todo sucede para algo. No es en mi contra. Nadie me está castigando, así que
cuando el dolor pasa, estoy listo para ver que estamos aquí solo de viaje. Y que se va el cuerpo, jamás el recuerdo ni el espíritu de quienes amamos.
“Debíamos entender que nadie es para siempre, solo los momentos”
Así que mientras más conscientes seamos de que un día nos tocará dejar el cuerpo, más viviremos. Con más fuerza dedicaremos nuestro tiempo a estar, a disfrutar lo que llega, a dejar ir lo que ya no quiere permanecer. A buscar trascender esos miedos, esas angustias y transformarnos día a día en la mejor versión que podemos ser.
Nuestro paso por este mundo no es eterno, sino temporal. Por eso cada encuentro que llega a nuestra vida, cada abrazo que damos, las palabras que decimos y la manera en que nos relacionamos con las cosas que nos suceden, forman parte de nuestro legajo de lecciones pactadas por trascender.
Venimos a recordar quienes somos y somos amor, en todas sus manifestaciones. Y en el amor verdadero, nadie deja de existir. Cuando alguien se va, está más vivo que nunca en el único lugar que no sabe de escasez ni miedo: Nuestro corazón.