Sanando a Mamá

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Montserrat Montaño

Psicoterapeuta Tanatóloga

“No quiero ser como mi madre” me decía Luisa con lagrimas en los ojos. “Cada día me parezco más a ella y me doy cuenta de que mi historia con Luis es la misma que la de ella con papá. Estoy muy molesta con ella. La odio”.

Esa fue la primera vez que Luisa se atrevió a decir algo negativo sobre su madre. Sesión tras sesión cuando abordábamos a mamá, ella la justificaba: Que si papá la tenía mal, que si ella estaba triste, que si su mamá era débil y no sabía defenderse, que si ella “entendía” todo y solo había amor hacia mamá.

Poco a poco Luisa logro articular entre culpa, llanto y justificaciones su sentir hacia mamá. La niña grande había aprendido a justificarla, la adulta podía entenderla, pero la niña… la niña que alguna vez sentía una profunda carencia.

Sesión tras sesión se dió permiso de tocar sus verdaderas emociones y expresar lo que le hizo falta y lo que le dañó “sin juicio”. Solo sentir. Fue difícil, si. Mamá no se toca y se le ve casi como una semidiosa. Sin embargo, el primer paso para sanar a mamá es permitirte aceptar lo que sientes. ¿Cómo se puede sanar algo que no se ve? Hay que hablarlo y sentirlo y llorarlo y gritarlo y ponerle nombre.

Una vez que se dió permiso de liberar toda la carga emocional amordazada por la cultura, la crianza y su rol familiar de “protectora de mamá”. Una vez que la niña fue escuchada y atendida, trabajamos el perdón y la compasión hacia mamá. Hablamos sobre la vida de su madre, sobre lo que no era capaz de darse ni a ella misma, sobre su incapacidad y su imperfección; sobre su dolor y su miedo. También le reconocimos lo que sí hizo muy bien. Increíble todo lo que pudo dar cuando a ella le dieron mucho menos. Y en ese momento… la semidiosa de mamá se convirtió en un ser humano tan imperfecto como todos los demás seres humanos y en esa imperfección, amarla por todo lo que es y por todo lo que no es fue más fácil. Humanizar a mamá le permitió humanizarse a ella misma y comenzar a amarse y aceptarse así… imperfectamente perfecta. Luisa comenzó a brillar diferente y saber que lo que es, es suficiente y digno de amor.

“Te libero querida mamá, de todas mis expectativas y pretensiones que van mucho más allá de lo que se le puede pedir a una mujer común y corriente. Se que me diste lo que pudiste y lo que tenías. Ya recibí lo suficiente y eso alcanza. Gracias. Ahora puedo ocupar mi lugar como tu hija y dejar de ser tu salvadora.

Querida mamá, necesito sanar contigo para poder seguir adelante con mi propia vida. Te amo, te honro, te respeto y te doy tu lugar como mi madre sin embargo desde este mismo lugar de amor y de paz me doy el permiso de hacerlo diferente a ti y de dejar de vivir la misma historia que tú.”

Poco a poco Luisa entendió que era el momento de crecer, soltar a mamá y tomar su posición real en la familia. Dejó de juzgar a mamá y de culparla por sus “traumas y problemas” pero también se permitió ver a mamá como una adulta que tendría que hacerse cargo de ella misma y de quien dejaría de pelear sus batallas. Se reacomodó como hija y dejó de darle órdenes a toda la familia. Fortaleció vínculos con sus hermanos y se acercó a su tan odiado padre. Sanar a papá será tema para otro artículo, pero es un proceso muy similar.

Luisa, ahora más consiente, empezó a tomar su propio camino de vida y tomar sus decisiones pese a que mamá no estuviera del todo de acuerdo. Para sanar a mamá, Luisa tuvo que convertirse en una adulta. ¿Por qué? Porque una niña no es capaz de tomar responsabilidad de su vida ni de ella misma. Porque desde la carencia no iba a ser capáz de enfrentarse real o simbólicamente a la persona de quien depende su vida de infante: mamá.

El viaje de sanar a mamá es largo. Luisa aprendió a ir gradualmente satisfaciendo sus propias necesidades en lugar de vivir demandándole a mamá lo que no supo.