¿Qué conservamos? ¿De qué nos deshacemos?
Los objetos no tienen vida propia. Somos nosotros quienes imprimimos vida y carga emocional a nuestras pertenencias cuando proyectamos en ellas los recuerdos y las vivencias que asociamos con su uso. El collar que nos regalaron para el bautizo de nuestro primer hijo, los zapatos de la boda… todo lo vemos desde las experiencias más significativas y conmovedoras de nuestras vidas.
Muchos pensamientos llegan a nuestra mente cuando pensamos en deshacernos de un objeto. Uno de ellos, que nos invade con frecuencia, es el temor a decepcionar, e incluso traicionar, a la persona que nos lo regaló (¡aunque no sepa de nuestra decisión!). Otro, no menos importante, es la inquietud que nos provoca sentir que podemos cometer un error si descartamos lo que ahora poseemos. ¿Cómo estar seguros de que no lo necesitaremos más adelante? El temor a la decepción ajena o la incertidumbre ante la privación inmediata son resultado de vincular el objeto con nuestras emociones, y por lo tanto su efecto en nosotros va mas allá del agrado que tenemos por la prenda. Por ello, conservarla nos procura seguridad. La seguridad de mantener vivos los bellos recuerdos que atesoramos. Sin embargo, en vez de vivir en el presente, tal vez estemos viviendo en el pasado.
El vestido que usaste el día de tu graduación, la muñeca que te regaló tu abuela, las miles de fotografías que tienes guardadas desde hace años y de las que no quieres deshacerte, el reloj de pared que compraste en un viaje y te trae hermosos recuerdos, los aretes de tu primera cita, la chamarra que te recuerda a alguien importante… la lista de objetos puede ser interminable, pero la pregunta es la misma: “Si no lo uso, ¿para qué lo guardo?”
A lo largo de nuestra vida vamos reteniendo un sinfín de cosas por múltiples razones. Algo nos recuerda a alguien, con algo creemos honrar la memoria de alguien, algo es el mejor estímulo para revivir una celebración que no queremos olvidar, o algo será importante a futuro. Todo pareciera ser por algo o para algo. Poco a poco vamos conservando, resguardando, y acumulando objetos ligados a recuerdos, hasta que el espacio se satura. ¿Debemos deshacernos de todo? ¡No! Se trata de reflexionar sobre quiénes somos y cómo queremos transmitir a los demás nuestra esencia, lo que tenemos dentro, lo que nos representa como personas. En ese proceso de re-conexión con nosotros mismos, el recuerdo se hace consciente y es ubicado en el lugar que le corresponde, disociado del objeto. Al recuperar la esencia del recuerdo —con sus marcas más vívidas— abrimos las puertas por donde entrará lo nuevo y saldrá todo aquello que elegimos descartar. Cosas nuevas llegarán a nuestra vida, mientras “nuestras” cosas llegarán a la de alguien más que podrá beneficiarse de ellas.
Quedémonos con lo importante. Elijamos conservar lo esencial, aquello que merece la pena ser legado a nuestros seres queridos. Aquello que deja huella. En la medida que logremos rodearnos de las cosas que nos dan satisfacción, conseguiremos vivir con mayor libertad y ligereza, atesorando lo que tenemos aquí y ahora.
Hoy quiero compartir contigo “la regla de las 4 D” para avanzar en ese camino.
1. Deshazte de cosas que fueron compradas por impulso pero no se utilizan.
Muchas veces compramos algo que no necesitamos por el simple hecho de tenerlo, porque está en oferta o porque nos mueve el entusiasmo. Las cosas que adquirimos por el impulso casi inexplicable de hacerlo quedan guardadas y sin usar. Cuando compres algo pregúntate si realmente lo necesitas, trata de responder qué te motiva a pagar por ello.
2. Descarta lo que te regalaron y no usas.
No te sientas culpable por querer descartar aquello que alguien te regaló pero tú, por un motivo u otro, no usas. No acumules cosas que llegaron a tu vida sólo porque alguien las eligió pensando en ti, pero a ti no te hacen feliz. Descarta esos obsequios que no te agradan. Hazlo sin culpa y con la certeza de que alguien podrá beneficiarse de ellos.
3. Dona cosas viejas.
Dona aquello que te gustó (y dejó de gustarte) o usaste (pero ya no usas). Elige las cosas que te agradan plenamente y traen felicidad a tu vida, o aquéllas que realmente utilizas, y no dudes en donar aquello que ya no te satisface. No olvides que el mayor valor reside, mucha veces, en los recuerdos.
4. Desecha la ropa que no es de tu talla
Saca la ropa que te queda grande o pequeña. No guardes prendas con la expectativa de que regresarás al punto en el que te las ponías, porque siempre avanzarás hacia una nueva etapa donde merecerás cosas nuevas.
Y tú, ¿cuántas emociones tienes guardadas en las cosas que acumulas?