Llevo algunos años estudiando a distintos maestros espirituales. A lo largo de este tiempo, me he dado cuenta de que todos tienen algo en común: para lograr su gran despertar espiritual, tuvieron que atravesar momentos de gran dolor y sufrimiento.
Ya sea que hayan sufrido la pérdida de un ser querido, lidiado con enfermedades terminales, pasado por opresiones o condiciones de vida desfavorables, estos maestros admiten que sin esas vivencias no hubiese sido posible que llegaran a quienes son hoy en día. Se podría decir que, en cierto sentido, el dolor fue el precursor de su crecimiento espiritual y de su curiosidad por encontrar respuestas sobre su propósito de vida.
Esta reflexión me llevó a cambiar mi perspectiva y mi relación con el sufrimiento en mi vida. En lugar de solo verlo como algo negativo o malo, comencé a considerar la posibilidad de que el dolor puede ser una puerta hacia la oportunidad de llegar a un crecimiento personal. Al cambiar mi mentalidad, comencé a encontrarle un propósito transformador a las experiencias difíciles y dejé de victimizarme por todo lo “malo” que me ocurría o que me hacían los demás.
Acepto que ver el sufrimiento como una oportunidad de evolución se dice muy fácil, pero para mí no es tan sencillo. A pesar de adoptar esta nueva percepción ante el dolor, a primera instancia, aún me cuesta poder ver “lo bueno dentro de lo malo” de lo que me acontece. Aplicarme la famosa frase “todo pasa por algo” ocasionalmente me llega a costar.
Es solo con el pasar del tiempo y al analizar las situaciones en retrospectiva, que puedo reconocer los momentos de sufrimiento como catalizadores para mi transformación. Sin duda, gracias a los momentos difíciles que he atravesado, he podido enfocarme en lo que realmente es importante para mí, y me ha ayudado a liberarme de la preocupación por la opinión de terceros, teniendo como resultado una vida más auténtica y plena.
Asimismo, el dolor es parte natural de nuestra existencia, por lo que en vez de rechazarlo, deberíamos utilizarlo como una fuente de sabiduría que nos acerque a una vida más consciente. De igual manera, el dolor nos fortalece (“lo que no te mata te hace más fuerte”), ya que superar los desafíos nos fortalece y nos hace más resilientes, lo que nos abre a nuevas oportunidades y nos saca de los posibles estancamientos que podamos estar viviendo.
En mi experiencia, sé que el sufrimiento puede hacer que las personas se vuelvan resentidas o amargadas, pero creo que el sufrimiento también nos “humaniza” de cierta manera. Tras pasar por periodos de dolor, podemos conectar con otros y desarrollar un sentido de empatía al otorgar nuestra ayuda a los demás, ya que sabemos lo que se siente estar en sus zapatos, siendo así el sufrimiento uno de nuestros más grandes maestros.