De la dependencia a la Independencia

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Monserrat Montaño

Psicoterapeuta Tanatóloga

México se independizó hace 215 años, ¿y tú, para cuándo?

La vida implica un proceso inevitable de maduración: trascender del apego familiar hacia una independencia que nos permita ser nosotros mismos con autonomía y responsabilidad. Esta transición forma parte del ciclo vital familiar, en el que cada etapa requiere nuevas reglas relacionales y espacios para crecer como individuos. Cuando ese paso no se permite (ni para el joven ni para la familia), surgen tensiones, síntomas e incluso crisis familiares.

Todos conocemos alguna familia en la que todos los hijos se divorciaron y eventualmente volvieron con su familia de origen; familias en las que se hace todo lo que los padres digan y manden, aun en las familias que sus hijos conformaron con su nueva pareja; personas con mamitis o papitis… este es un sistema enfermo.

El sistema familiar saludable necesita flexibilidad en sus creencias y normas para adaptarse al proceso evolutivo de sus integrantes. Parte de esa adaptación consiste en aceptar que un hijo se emancipe emocionalmente, establezca identidad propia y cree vínculos desde su individualidad.

Por ejemplo: que se le deje elegir (carrera, manera de vestir, hobbies, pareja, creencias) y se le otorgue el derecho inalienable de ser él mismo, sin la amenaza de ser exiliado o señalado por hacerlo.

Desde la psicología sistémica, la familia cumple tareas clave, como apoyar la individualización sin sacrificar el sentido de pertenencia. La capacidad de “morfogénesis” —es decir, transformarse y permitir transformarse— es central para que la familia siga creciendo sin estancarse. Desafortunadamente, la teoría no siempre se traduce en la realidad, y es muy común observar familias en conflicto cuando alguno de sus integrantes “rompe el molde” o se atreve a desafiar a la autoridad buscando su propio camino. Pareciera algo sacado de las historias de reyes y virreyes, pero muchas familias deciden cómo va a ser y qué va a hacer su hijo desde el embarazo, sin permitirle explorar y decidir. Los matrimonios no son lo único que muchos padres tienen arreglado desde antes del nacimiento.

Si eres padre, deberás renunciar a tu “hij@ ideal”, al hij@ que creaste en tu cabeza y a todas las expectativas que depositaste en él, incluyendo tus sueños truncados que esperabas cumplir a través de este. Si eres hijo, deberás aceptar que “decepcionar” las expectativas que tus padres tenían sobre ti es parte de tu proceso de crecer, de desarrollar tu verdadera personalidad y descubrir todo tu potencial para construir la vida que realmente elijas. Ahora bien, esto no impide que exista un vínculo nutricio y una buena comunicación en la cual puedan SUGERIRSE o DECIRSE aquello que consideren que es para el bienestar, SIN LA OBLIGATORIEDAD de seguir mandatos ciegamente.

Evolucionar requiere desprendernos de versiones antiguas de nosotros mismos —muchas veces moldeadas por la familia— para desarrollar una voz y personalidad genuinas. Es en este proceso de individuación e independencia que surge el “verdadero yo” frente al “falso yo”, una máscara adaptativa creada para complacer expectativas familiares.

Cuando somos pequeños somos totalmente dependientes; es instinto de supervivencia y una necesidad ser aceptados por nuestra familia. ¿Qué pasaría con ese pequeño si su familia lo rechazara? Es aquí donde comienza a formarse el “falso yo”, buscando instintivamente sobrevivir. Más adelante, el “falso yo” se fortalece por nuestra necesidad social de ser aceptados y amados. Y así continuamos entrelazando un poco de lo que realmente somos con aquello que necesitamos ser para los otros, en especial la familia.

Estas primeras desilusiones, donde los hijos elegirán cosas distintas y los padres comenzarán a soltar a sus hijos para que puedan volar, son parte del proceso sanador que permite emerger como un sujeto diferenciado y auténtico. El psicólogo Carl Rogers plantea que el ser humano tiene una tendencia innata a actualizarse y a diferenciarse progresivamente:

Para ejemplificarlo haré referencia a una de mis frases favoritas:

“A los hijos hay que darles alas para volar y un nido seguro al cual regresar a recargar cuando la fuerza de las alas merma y los vientos son fuertes.”

En otras palabras, cuando el entorno nos acepta sin juzgar, florecemos como individuos creativos y libres.

Claves para transitar de la dependencia a la independencia

Comprende que el apego emocional tiene raíces profundas y que soltar, aunque duro, es saludable para todos. Soltar no es dejar de pertenecer, es libertad y expansión.

Interactúa desde el sistema, no en contra de él.

Invita a la familia a redefinir roles y reglas de forma dialogada, favoreciendo una nueva convivencia basada en respeto y autonomía mutua.

Cultiva la identidad personal.

Explora intereses, hobbies, redes propias. Encuentra lo que te define más allá del molde familiar.

Busca respaldo profesional si lo necesitas.
La psicoterapia puede facilitar este tránsito.

Instala límites saludables.

Reconocer comportamientos tóxicos o sobreprotectores permite mantener el lazo con la familia sin sacrificar tu libertad y tu individualidad.

RECUERDA: independizarte no quiere decir que el vínculo termine, quiere decir que evolucionó para darle espacio a sus miembros de seguir creciendo y avanzar en las etapas de la vida. El trayecto de “dependencia a independencia” es un viaje de maduración afectiva. No se trata de romper con los afectos, sino de transformar relaciones desde el respeto, la responsabilidad y la autenticidad. Es solo al desprendernos de lo que ya no nos sirve que podemos innovar. Esta separación, idealmente, se dará de manera lenta y progresiva. Estas rupturas tempranas nos permiten emerger como seres completos.

Si tu independencia no ha llegado, es el momento de afirmar tu voz, crear tu espacio y crecer con raíces que nutran, no que limiten. El inicio de este cambio puede ser un poco difícil y hasta doloroso, pero, al pasar el tiempo, verás todos los beneficios de ello, tanto para ti como para todos los integrantes de tu familia.