Estamos viviendo tiempos de cambios drásticos a nivel personal, espiritual y material. Nuestras emociones muchas veces están desbordadas porque no nos gusta sentir incertidumbre. Los seres humanos muchas veces transitamos más cómodos por esta vida controlando todo lo se pueda sin darnos cuenta que al final, no controlamos nada y somos parte de un plan divino y nuestra estancia por ésta vida es efímera en comparación con el Universo.
Creamos en lo que creamos, cuando sentimos que perdemos el control o nos invade un sentimiento de incertidumbre sobre el futuro, sentimos ansiedad. Una de las drogas socialmente más aceptada es el alcohol, pero aunque muchas veces no tenemos la noción que también está jugando un papel adictivo en nuestras vidas es la comida, ¿por qué comemos cuando estamos ansiosos? ¿te has hecho alguna vez esa pregunta? A veces es para llenar un vacío emocional, a veces es para desconectarnos, otras para distraernos, socializar o simplemente porque es hora de la comida. Muchísimas veces comemos para “no sentir”. El ser humano no es solo la parte física o la mental sino un conjunto de cuerpo, mente y espíritu. Al ser integrales, y como la salud es parte de un balance de bienestar integral, no basta con tener una dieta equilibrada y hacer ejercicio. Es igual de importante todo lo que entra a nuestro cuerpo por la boca a través de los alimentos así como por los otros sentidos: vista, oído, tacto y olfato. Las personas con las que nos rodeamos, las noticias que leemos, las películas que vemos, las canciones que escuchamos, todo esto también ayuda o no, a nutrirnos.
El sistema nervioso autónomo se compone del sistema nervioso parasimpático y simpático. El simpático es el que está encargado de las respuestas de: correr, pelear o esconderse cuando nos sentimos en peligro. Es por esto que durante los meses de confinamiento nos sentimos en “peligro” porque no tenemos “certeza” de lo que va a pasar, perdemos el control y si entramos en el juego de la conciencia colectiva vibramos en el miedo. Como el cuerpo está en modo de: corre, escóndete o lucha, entramos en compras de pánico. ¿Te fijaste cuando empezó todo el tema del COVID19 cómo nuestro instinto más primitivo fue abastecer el refrigerador? Comer es parte de nuestro instinto de supervivencia.
La serotonina es un neurotransmisor que se encarga del bienestar en general, nos ayuda a elevar la energía, el estado de ánimo y regula el sueño. Está muy relacionado con la melatonina. Para la producción de serotonina es importante un aminoácido esencial (esencial quiere decir que no es endógeno, no lo produce el cuerpo humano y lo tenemos que consumir a través de los alimentos) que se llama triptófano. El triptófano es el precursor de la producción natural de serotonina en el cuerpo.
Algunos alimentos ricos en triptófano son: proteínas, lácteos, huevo, plátanos, aguacate, semillas y nueces. También alimentos ricos en Omega 3 como el salmón salvaje, chía y linaza.
Alimentos ricos en zinc: (ostiones, kale, brócoli, nueces, semillas de calabaza); en magnesio; (pescado, aguacate, verduras de hoja verde); Vitamina B: (espárragos, productos de origen animal, huevo, verduras de hoja verde) y probióticos; (yogurt, kefir, chukrut, pepinillos, kombucha, kimchi, y demás fermentados). Todos estos nos ayudan a regular el estado de ánimo. Son alimentos que nos dan un “boost anímico” además de que elevan el sistema inmune.
La vitamina D, más que una vitamina es una hormona que necesita de los rayos de sol para poder ser sintetizada por el cuerpo. De ahí que a los bebés, a los ancianos o a la gente en las cárceles se les den “baños de sol”. La luz solar es también muy importante para el sistema inmune, cuando es época de frío y no hay sol, los niveles de vitamina D disminuyen y somos más propensos a enfermedades respiratorias.
Entremos en un círculo virtuoso de equilibrio integral desde lo que comemos, pensamos y sentimos para que hagamos de nuestra vida nuestro más grande proyecto de bienestar.