Sabemos bien que para tener una vida saludable en todas las esferas de la vida humana; mental, emocional y física, es benéfico realizar ejercicio físico. Pero, el tipo de ejercicio, la intensidad y la frecuencia, sin duda determinan si tendrás beneficios o pueden llegar a inclinar la balanza hacia el lado negativo.
En las últimas décadas, la neurociencia ha demostrado que el ejercicio físico no solo transforma el cuerpo, sino también el cerebro, ya que fortalece la memoria, regula las emociones y aumenta la sensación de felicidad. Este artículo explora, con base en estudios científicos publicados en revistas de prestigio como Nature y Science, cómo el movimiento impacta directamente en la salud emocional y el bienestar.
Los neurotransmisores de la felicidad
Al ejercitarnos, el cerebro libera neurotransmisoraes clave: la serotonina, la dopamina y las endorfinas.
- Serotonina: regula el estado de ánimo y la calidad del sueño.
- Dopamina: asociada con la motivación y el placer.
- Endorfinas: actúan como analgésicos naturales que generan sensación de euforia.
Este cóctel neuroquímico explica por qué muchas personas reportan sentirse más tranquilas y optimistas después de realizar actividad física.
Neuroplasticidad y aprendizaje
Uno de los hallazgos más relevantes es que el ejercicio estimula la producción de una proteína esencial para la creación de nuevas conexiones neuronales.
Según un estudio publicado en Nature Neuroscience (2018), el aumento de dicha proteína durante la actividad aeróbica favorece la memoria y el aprendizaje. Esto implica que hacer ejercicio constante protege contra el deterioro cognitivo y potencia las capacidades intelectuales en todas las edades.
El ejercicio como regulador del estrés
El estrés crónico eleva los niveles de cortisol. El ejercicio actúa como un regulador natural: reduce esta hormona y, a la vez, estimula la liberación de endorfinas que contrarrestan sus efectos.
Un estudio en Science (2020) demostró que la actividad física moderada ayuda a equilibrar el sistema nervioso y fortalece la resiliencia emocional.
Otro dato interesante es que los patrones de hacer ejercicio se heredan, por tanto somos escultores de los cerebros de nuestra descendencia.
Si un padre hace ejercicio, el hijo tiene mejor nivel cognitivo, si los hijos hacen ejercicio los nietos tienen el impacto genético del abuelo y del padre, de lo contrario, se va perdiendo el efecto en cada generación que no haga ejercicio.
Una combinación que requiere de análisis.
Resulta evidente que en su mayoría los tipos de ejercicio reportan beneficios, sin embargo, es importante poner atención en las horas que permanecemos sentados, aún y cuando tengamos el hábito de ejercitarnos con frecuencia. Podríamos pensar que ir al gimnasio o hacer yoga, caminar, etc., entre 3 y 4 veces por semana sería aceptable.
En la siguiente gráfica verás que quienes pasan sentados desde 4 horas y más, ya tienen un riesgo mayor de mortalidad, a menos que se estén ejercitando 5 veces o más por semana.
Lo anterior indica, que hay que buscar la combinación más idónea para cada uno, en donde se equilibre tanto la frecuencia e intensidad del ejercicio con las horas que pasamos sentados.
Poco sirve ejercitar mucho y permanecer sentados ante la televisión, la computadora o el móvil.
Según un escrito publicado en el libro “El cerebro en movimiento”, aquellas personas que realizan ejercicio extenuante no solo ya no reportan beneficios, sino que pueden llegar a incrementar el riesgo de demencia, de ahí la importancia en la moderación, combinando ejercicios de diferente intensidad. Desde la perspectiva de las funciones cerebrales, no es recomendable hacer ejercicio hasta el límite de las posibilidades, por lo que se puede desmentir el slogan de que “si no duele, no sirve”, recuerda que también se detona el estrés por ejercicio extenuante.