El viacrucis de las terapias

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Dr. Ricardo Acosta

Pediatra Neonatólogo

Esta entrega está dirigida a ti, mamá; o a ti, papá, que acabas de salir del reporte mensual, bimestral o semestral de tu hijo en cualquier grado escolar.

Te acaban de dar buenas y malas noticias. Tu hijo sobresale en algunas cuestiones del desarrollo, pero anda muy atrasado en otras: se tropieza, no escribe bien, no tiene buen tono muscular, es torpe, no agarra bien la pluma, no salta como los demás, etc., etc. Te acaban de recomendar que vayas con el psicólogo, neuropsicólogo, fisioterapeuta de niños, paidosiquiatra, optometrista o cualquier otro capaz de valorar las deficiencias de tus hijos.

Primero, hay que agradecer al maestro(a) de tu hijo que está detectando las deficiencias y áreas de oportunidad de desarrollo. Esto indica que se preocupa y que lo conoce. Nada peor que una escuela en donde te dicen que todo está bien, solo para darte cuenta demasiado tarde que había problemas que se podían corregir o prevenir.

Sí, ya sé, siempre soñaste con el hijo ideal. El que se sentaría primero, el que caminaría antes que los demás, el delantero del equipo de futbol del salón y líder goleador, el que sabría recitar un poema de López Velarde de memoria enfrente de toda la clase para poder tomarle su foto y publicarla en el medio electrónico de tu preferencia.

Hoy, por desgracia, te acaban de “bajar” a tu realidad. Ese hijo que creías superdotado, pues no lo es. Como la gran mayoría de nosotros, tiene cualidades y deficiencias. Recuerdo todavía mi frustración cuando recibí el reporte de mi hijo mayor (hace ya muchos años) en donde me comunicaron que estaba atrasado en prácticamente todo y culpé a mi esposa porque trabajaba y no lo estimulaba correctamente.

Empiezas a preguntar en la escuela, a tus amigas y a tus conocidos, quién es el mejor terapeuta o dónde es el mejor lugar para que te ayuden a corregir los “defectos” que te acaban de describir en tu hijo. Comienzas a escuchar las palabras: psicólogo, centro de neurodesarrollo, biofeedback, neuroestimulación, estimulación visual y otros nombres parecidos pero todos igual de extraños y rimbombantes.

Y así, comienza el viacrucis…

Haces la cita con el (la) más recomendado(a) profesional. Dos o tres visitas para pruebas largas, aburridas e intrigantes. Una cita más para darte los resultados: Tu niño(a) tiene falta de integración sensorial, problema motriz fino, debilidad de columna, tono bajo, se le dobló de más el cuello al nacer, no tiene buena estimulación visual o tiene inmadura la vía óptica, no integra los sonidos a nivel central o los integra mal, tiene falta de coordinación por no gatear de bebé –ver entrega previa-, tiene lateralidad invertida, el reflejo tónico del cuello ha impedido que tu hijo se esté quieto o no vea bien el pizarrón y así, muchísimos problemas más que te pueden decir y que suenan escalofriantes y angustiantes.

Sales de ahí agobiada(o), pues te dicen que tu hijo tiene retrasos o atrasos; tendrás que ir varias veces por semana, o por meses, en un cuarto cerrado por una hora o más por sesión, pues es muy importante estimular y remediar pronto esas deficiencias, so pena de que no podrá con los años posteriores en la escuela. Y todo lo anterior, desde luego, (pues en este mundo hasta el aire “puro” ya lo venden embotellado) a un costo en algunas ocasiones bastante elevado para tu presupuesto; aunque por los hijos siempre hacemos todo lo que sea necesario.

Entras a Internet. “Googleas”: miles de páginas confusas que lo único que hacen es aumentar más tu sensación de angustia e incertidumbre. Te sientes triste y culpable.

Vas a las sesiones. Sucede que las deficiencias no eran únicamente las que te habían dicho, sino algunas más. Te comunican que se necesitan de pruebas extra como mapeo cerebral, test con psicólogos, neurofeedback –odio el uso del idioma inglés para todo y en todo- y muchas cosas más. Las terapias se vuelven prácticamente diarias. Ya no hay tardes libres. El avance es nulo o muy lento. Te vuelves chofer y gastas toda la tarde en esto. Ya no hay vida.

Y te preguntas: ¿Vale la pena?

Te tengo una respuesta como pediatra y papá: la mayoría de las veces, no.

Si tu hijo tiene un problema serio de discapacidad, lenguaje, aprendizaje, o alguna condición visual, desde luego que hay que ponerle remedio. Sugiero que lo comentes con tu pediatra, con una maestra que tenga experiencia, con un buen neurólogo pediatra o el especialista correcto de acuerdo a la deficiencia detectada para que se haga lo conducente. Puede necesitar un psicólogo, desde luego, pero te sugiero que busques a alguien que tenga varios años de experiencia.

Si el problema es que tu hijo no llena tus expectativas o en la escuela va dando tumbos, más sin embargo, sí va avanzando, las cosas estarán bien. En neurodesarrollo, la palabra clave es precisamente: PROGRESO. Con lo anterior, lo defino como la habilidad de un niño(a) a ir mejorando conforme pasa el tiempo en todas sus metas motrices y académicas. Si tu hijo se tropezaba mucho hace 6 meses pero cada vez lo hace menos, si no hablaba muchas palabras pero va adquiriendo lenguaje, si cada vez hace mejor las cosas, ese maravilloso ser va a estar bien. Si hay áreas en donde no hay avance, esas son las áreas que valdría la pena estudiar y tratar.

Estoy en desacuerdo, sin embargo, que para la mayoría de los problemas de desarrollo dicha estimulación tenga que costar y tenga que ser con una persona que no está necesariamente calificada para ayudarte. Al menos en mi ciudad, existen muchos lugares como los que te he descrito en donde entras a una vorágine de estudios y pruebas que no valen la pena.

El Sistema Nervioso de tu hijo es maravilloso. Es mucho más capaz de lo que te imaginas de mejorar esos pequeños detalles; y tu niño aprende mucho mejor y más rápido cuando está estimulado positivamente y al aire libre. La gran mayoría de las veces, lo que necesita es simplemente tiempo y paciencia, así como disfrutar de las tardes. No lo limites a un cuarto cerrado y a estar sentado obedeciendo órdenes aburridas de un adulto o tratando de unir puntos en una pantalla de computadora toda la tarde. ¿Es malo para saltar? Pues ponlo a saltar una cuerda. ¿Se tropieza? Ponlo a correr. ¿Es de “tono bajo”? Mételo al tae kwon do (o cualquier disciplina marcial), al jazz o al ballet. ¿Va mal en calificaciones? Estudia con él, hazlo que se esfuerce, convive, haz lectura, pregúntale cómo se siente en la escuela y busca la mejor solución. No te obsesiones con tus expectativas sino ajústate a las de tu hijo.

En este mundo moderno, de respuestas rápidas e instantáneas a nuestros deseos, hay que comprender que en cuestiones del desarrollo y maduración infantil, cada uno de nuestros hijos es único, que no se repite, y que muy pocos niños son superdotados o buenos para todo. La gran mayoría de nuestros queridos retoños nos mantendrá positiva y maravillosamente ocupados el resto de nuestros días, si lo vemos como un reto a vencer y no un obstáculo doloroso. La educación es un proceso lento, que se forja día a día y es un proyecto a largo plazo. Es como un bloque de mármol que a golpe de martillo diario, termina siendo una “Pietà” en algunos años o lustros: bella e irrepetible.

Este artículo está dedicado a mis hijos Daniel y Oscar, quienes nos enseñaron a mi esposa y a mí – después de muchas canas y topes con pared- a dejar de ser obsesivos, lo cual no fue nada fácil; a relajarnos y a ver la vida desde una óptica diferente, más real y divertida.