¿Te encuentras estresado, cansado o quizá te has percatado de un aumento de peso a pesar de no cambiar tu dieta o entrenamiento? Podría ser porque tus niveles de cortisol están fuera de control. Más específicamente, pueden ser demasiado altos.
El cortisol a menudo es conocido como la hormona del estrés, porque es una de las principales hormonas que liberamos cuando estamos bajo cualquier tipo de presión y nuestra “respuesta de lucha o huida”, basada en la evolución, se pone en marcha. Aunque podemos pensar en el cortisol como algo malo, pues contribuye al acné, el aumento de peso o la presión arterial alta, en realidad hay mucho más en los niveles de cortisol que sólo nuestra respuesta al estrés y sus síntomas no deseados. Lo necesitamos para vivir.
Si bien, la producción de cortisol es una necesidad para la vida, y nos ayuda a mantenernos motivados, despiertos y receptivos, mantener niveles de cortisol circulantes anormalmente altos puede volverse peligroso y contribuir a problemas a largo plazo. El uso prolongado de corticosteroides y el estrés crónico son dos de los mayores contribuyentes al cortisol alto. La producción alta y crónica de cortisol está relacionada con síntomas y dolencias que incluyen aumento de peso, ansiedad, trastornos del sueño, desequilibrios hormonales y problemas de fertilidad, además de muchos otros problemas.
¿Qué es el cortisol?
La glándula suprarrenal, siguiendo las señales del hipotálamo y la glándula pituitaria, es responsable de la secreción de cortisol, un tipo de hormona esteroide glucocorticoide esencial. Los niveles de cortisol son más altos por la mañana alrededor de las 7 a.m. y más bajos por la noche (llamado ritmo diurno). El cortisol también está presente tanto en personas con estrés crónico como en personas perfectamente sanas. Esta hormona vital posee docenas de propósitos diferentes dentro del cuerpo y realiza numerosas interacciones químicas todos los días.
¿Qué hace exactamente el cortisol? Los receptores de cortisol se encuentran dispersos por todo el cuerpo, se encuentran en casi todas las células y cumplen diferentes funciones esenciales, que incluyen:
- Incremento de los niveles de glucosa en la sangre.
- Ayuda al metabolismo de las proteínas disminuyendo su reserva en casi todas las células.
- Ayuda al metabolismo de las grasas.
- Bloquea la respuesta inflamatoria en traumatismos, fracturas e infecciones.
- Si la testosterona aumenta el cortisol hay alteraciones en masa muscular.
- Si la progesterona aumenta el cortisol produce cambios de humor.
- El exceso de cortisol altera la función de la tiroides suprimiendo la 5 deiodinasa, lo que provoca que el metabolismo sea lento.
Según una investigación realizada por el Genetics Learning Science Center, el peligro a largo plazo de tener un nivel alto de cortisol es que activa la respuesta de lucha o huida, que interrumpe temporalmente las funciones reproductiva, digestiva e inmunológica normales. El cuerpo apunta a estos sistemas para que se apaguen porque no los necesita para una supervivencia inmediata.
El estrés: la nueva epidemia del siglo XXI
Hoy en día el estrés es la nueva epidemia del siglo XXI, afectando millones de personas a nivel mundial. Ante la presencia de signos y síntomas que son confundidos con ciertas patologías o ignorados, el estrés interfiere con la capacidad de disfrutar la vida y funcionar adecuadamente.
Según la revista Forbes:
- 43% de los adultos sufren de efectos secundarios en su salud a consecuencia del estrés.
- Entre 75% y 90% de las consultas de medicina general son por enfermedades o síntomas relacionados.
- Existe una vinculación entre el estrés y las causas más frecuentes de mortalidad: enfermedades cardiovasculares, cáncer, problemas pulmonares, cirrosis y suicidio.
¿Qué es el estrés?
El estrés es una respuesta fisiológica que aparece ante lo inesperado o ante condiciones que nos resultan peligrosas en la vida. El cerebro es el órgano que lo inicia, lo mantiene y lo hace crónico. Son varias estructuras neuronales involucradas con el estrés: el hipotálamo detecta cuando comemos, dormimos o inicia el reflejo de la sed, es nuestro reloj interno y el generador del deseo sexual y necesidad de descanso; el hipocampo por su parte e el encargado de la memoria y aprendizaje, comparar nuestras experiencias y contrasta lo que analizamos; la amígdala cerebral es la encargada de las emociones que amplifican y disminuyen nuestros procesos inteligentes; el giro del cíngulo el cual se encarga de analizar las emociones de los que están frente a nosotros y finalmente la ínsula que analiza el dolor y su interpretación conductual.
Cuando estas estructuras detectan algo anormal, se envía una señal a la hipófisis que a su vez activa por vía hormonal a las glándulas suprarrenales. Estás responden liberando una hormona llamada cortisol. El resultado de elevar el cortisol en sangre es incrementar los niveles de glucosa en todo el cuerpo, para que los órganos trabajen con mayor eficiencia, lo cual tiene una función favorable en periodos cortos de tiempo, pero a la larga puede resultar perjudicial. Por ejemplo, en un estado de estrés crónico el cerebro está sobreactivado y por ende aparece el insomnio, ya que se genera un estado de hiperalerta y podemos despertarnos con el mínimo sonido pues se percibe como peligro o amenaza.
Si esta sobreestimulación dura más tiempo el cortisol puede empezar a matar neuronas del hipocampo lo que conlleva problemas de memoria. Además, el estrés crónico disminuye la respuesta del sistema inmune lo que lo predispone a ser más susceptible a infecciones o enfermedades autoinmunes. En un estado de estrés crónico de manera constante, la protección cerebral se va perdiendo. La barrera hematoencefálica y la glía, es decir aquellas células que protegen las neuronas, con el estrés disminuyen, lo que pone a las neuronas en condiciones más vulnerables a ataques nocivos de toxinas y sustancias inflamatorias. Lo que puede provocar el crecimiento de tumores, infecciones o enfermedades autoinmunes.