La Cuaresma

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Ismael Bárcenas Orozco, SJ.

La palabra «Cuaresma» proviene del número 40. En la Biblia encontramos con que, durante 40 años, el Pueblo de Israel caminó en el desierto rumbo a la tierra prometida.

Durante 40 días, Elías caminó rumbo al Monte Horeb. Durante 40 días y 40 noches, Jesús estuvo retirado en el desierto, siendo conducido por el Espíritu de Dios, para superar pruebas, vencer tentaciones y así prepararse para su misión.


En la actualidad, la Cuaresma representa un tiempo de retiro, silencio, ayuno y abstinencia, para así disponernos a cierta sintonía que favorezca la experiencia de Dios y la comunión con los hermanos. Así, como creyentes, nos ponemos a prueba de cara a la llamada de Dios que nos invita a un compromiso de renovación. Se trata de que experimentemos una transformación interna, dejándonos motivar y entusiasmar por la Palabra de Dios. Nuestro deseo es aumentar la fe, reavivar la esperanza y crecer en la solidaridad y en la misericordia.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza. La ceniza es un signo de reconocer públicamente que poseemos una condición vulnerable y frágil, también de que podemos ser presas del egoísmo y del pecado. Anteriormente se nos decía: “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”. La ceniza sirve para reconocer que todos hemos destruido algo y hemos “hecho polvo” a alguien. De alguna manera, se trata de desmarcarnos de tentaciones que nos boicotean y no nos hacen buenos seres humanos con los demás. Cualquier tentación se presenta como un horizonte que atrae y seduce. El apetito que despierta la hace irresistible, pero enmascara una trampa que intenta desviarnos de lo importante y extraviarnos en la perdición existencial, con terribles consecuencias. De estos caminos de engaño hay que desmarcarse. La conversión significa volver nuestra mirada a Dios, quien se convierte en brújula y aliciente, en estímulo y guía. La cuaresma nos recuerda que el eje es el Dios de Jesús. La conversión, que dura toda la vida, es un proceso de transformación, de crecimiento y de maduración. Convertirse es permitir que en mí se vaya cuajando y realizando la mejor versión de uno mismo. Por tal motivo es que se nos hace esta invitación: “Conviértete y cree en el Evangelio”.

Las tres prácticas clásicas de la Cuaresma -ayuno, oración y limosna- intentan ayudar a la conversión y a que, como comunidad católica, caminemos de cara al crecimiento del reino de Dios, haciendo que, en este mundo tan lleno de dolores y odios, surja la fraternidad y la solidaridad cristiana. Por tal motivo, la Cuaresma es un tiempo de profundizar y madurar en la confianza que nos ayuda a caminar por esta vida con esperanza, es decir, en purificar nuestra fe. Es un tiempo de reflexión, en el que nos confrontamos con las necesidades más urgentes de los más marginados de nuestro entorno, tratando de ayudar, por ejemplo, dando de comer a los migrantes que van de paso.

La Cuaresma es un tiempo de preparación para la Pascua. Es un tiempo en que, en las lecturas del Evangelio de los domingos, recordaremos a la Samaritana, al ciego de nacimiento y a Lázaro, así como la curación del sordomudo. Para esta gente, Jesús significó un cambio de vida, ayudándoles a abrir sus corazones al Misterio de Amor y de la Misericordia Divina. Estos personajes del Evangelio nos ayudan a que crezcamos y maduremos en la fe. Ellos, como nosotros, tuvieron dudas y tenían debilidades, pero la fe los transformó.

La Cuaresma es un periodo intenso en donde se nos invita a la oración y a la reflexión, para crecer y aumentar nuestra confianza en Dios. Que este tiempo sea de ayuda para tomar decisiones que nos lleven a ser mejores seres humanos, pues, como creyentes, la invitación es a ser bendición y buena noticia para los demás, así como Jesús ha sido una bendición y buena noticia para nuestras vidas.