Cuando alguien te pregunta “¿qué signo eres?” se está refiriendo al signo solar, es decir, a la posición que tenía el Sol el día que naciste. El Sol en Astrología nos habla de nuestra forma de ser espontánea, que pide una profunda libertad a la hora de expresarse tal como es y que está conectada con nuestro chakra del corazón y con nuestra esencia interior.
Muy poca gente vive realmente desde su Sol, la mayoría fantasea con quien realmente le gustaría ser y con la vida que le gustaría vivir. Pero ¿por qué sucede esto si todos queremos vivir plenamente nuestra vida y tener relaciones sanas? Porque tenemos condicionamientos y apegos inconscientes que nos regresan a los mecanismos de defensa que creamos cuando fuimos niños para sentirnos seguros, protegidos, amados y contenidos. Y de eso nos habla la Luna astrológica.
La experiencia de vivir aquí en la Tierra es dual, es decir, la mitad de las experiencias son agradables, de amor, conexión y expansión, y la otra mitad son experiencias que nos dan una sensación de dolor, soledad, rabia, tristeza, odio, abandono. Cuando fuimos niños oscilamos entre estas dos polaridades y el signo de nuestra Luna nos dio un “salvavidas” que nos hizo sentir contenidos y seguros. Así, cuando experimentábamos lo que nuestro signo lunar nos pedía salíamos de la polaridad del dolor y entrábamos en la otra mitad, la del amor y la seguridad. Por ejemplo, la Luna en signos del elemento aire (Géminis, Libra y Acuario) activan el pensamiento y la desconexión de la sensación física que produce la emoción que está sintiendo, la Luna en signos de agua (Cáncer, Escorpio y Piscis) activa sentir en exceso, ahogarse en la emoción, conectarse con lo que afecta a otros, perder objetividad y no poder verbalizar lo que ocurre, la Luna en signos de fuego (Aries, Leo y Sagitario) activa la ansiedad y la necesidad de movimiento y la luna en signos de tierra (Tauro, Virgo y Capricornio) hace que las personas se desconecten de lo que sienten, se hagan rígidas a nivel emocional y se exijan a sí mismos. La Luna nos permitió sobrevivir de niños, fue nuestra salvadora y protectora, nos dio algo a qué apegarnos para poder sentirnos seguros y protegidos, ya que no podíamos autosostenernos ni usar otros recursos que requirieran mayor autonomía, seguridad y madurez. El problema está en que ahora que ya somos adultos seguimos usando los mismos mecanismos de protección emocional que utilizamos de pequeños. Ese es el malentendido, pues los recursos que tiene un adulto no se comparan con los de un niño pequeño. Esta situación afecta nuestras relaciones, porque nuestra forma de buscar y expresar seguridad, amor y contención es la de un niño. Somos niños vinculándonos a nivel emocional, exigiéndole al otro que se comporte como un adulto, cuando nosotros tampoco lo hacemos.
La clave para cambiar esto consiste en entender que el problema no esta en la Luna, sino en cómo la manejamos, es decir, en cómo modulamos y contenemos nuestras emociones. Tenemos un sistema automático que nos protege de las que nos resultan desagradables y que nos condicionan la manera de sentir. Esta protección se activa de forma inconsciente e instintiva cada vez que nos damos cuenta que algo nos afecta. Es la forma en que el niño interno pedirá seguridad y cómo nosotros se la vamos a dar sin darnos cuenta.
La Luna tiene dos roles: por un lado, es el niño frágil y vulnerable que fuimos, que necesitó amor, cuidados y protección; pero también es la madre que vive dentro de nosotros, que se preocupa de cuidar, contener y proteger a aquellos que ama. Sanar la Luna requiere que nos hagamos cargo de nuestro niño interno y que aprendamos a contenerlo. Es decir, que asumamos el papel de madres o padres de la parte emocional frágil y vulnerable que está dentro de nosotros. Las instrucciones lunares son patrones automáticos que activamos justamente para ver aquella parte sensible y simplemente silenciarla. Por lo tanto, tenemos que aprovechar que ya somos adultos y que podemos desarrollar nuevas herramientas para cuidar a nuestro niño interno. Esto puede sonar algo abstracto y me gustaría explicarlo en palabras sencillas: La sanación está en atrevernos a mirar y sentir aquellas emociones que no queremos experimentar. Observar dentro de nosotros esa parte infantil que se siente sola y con eso me refiero por ejemplo a recordar a ese niño o niña que fuimos y sentir sus emociones de soledad, tristeza, rabia, abandono, vergüenza, etc. Cuando lo imaginamos, podemos contenerlo, podemos visualizar que lo abrazamos, acariciamos y calmamos. Lo mismo que haría una madre con un hijo que está llorando o que se siente mal y, de esa forma, nuestra Luna comienza a madurar y a convertirse en madre.
La dificultad radica en que muchas veces nos resistimos a experimentar las emociones de esa parte infantil por la intensidad que éstas tienen; por lo mismo, es importante cultivar la paciencia y el amor por uno mismo, no es posible cambiar un patrón tan enraizado de un día para otro. Enfrentar las emociones de las que siempre hemos huido implica un acto de enorme valentía que nos llevará a descubrir nuestro poder personal. Todos podemos hacerlo. La pregunta es si nos atrevemos a dejar el espacio seguro y condicionado por las instrucciones lunares para empezar a vivir una vida y unas relaciones más auténticas, que tengan que ver con nuestro propósito del corazón y nuestra esencia personal.