La nutrición durante las tempranas etapas de la vida es capaz de modular el crecimiento y el desarrollo funcional del organismo y puede ejercer efectos de programación metabólica precoz que perdurarán a lo largo de toda la vida.
Existen varios estudios científicos que demuestran que los primeros 1000 días de vida (de la concepción hasta los 24 meses o 2 años de edad) son cruciales para alcanzar el mejor desarrollo y salud de un individuo, considerándose un periodo estratégico de intervención para prevenir problemas de salud en la infancia y edad adulta.
La salud de un bebé y de un adulto pueden programarse durante las etapa fetal y neonatal, periodo en el que se considera existen varias ventanas de oportunidad para intervenir y prevenir o revertir cambios epigenéticos, promoviendo una programación metabólica y genética que prevenga enfermedades como la obesidad, resistencia a la insulina, diabetes mellitus tipo 2, enfermedades cardiovasculares y alergias. Una nutrición óptima durante los primeros 1000 días de vida es clave para la salud a lo largo de la vida. No es solo una “dieta sana” y suficiente en energía, sino que se debe optimizar y personalizar el aporte de nutrientes dependiendo de la etapa del desarrollo, lo que resultará en una verdadera “programación nutricional temprana”.
La primer ventana de oportunidad es durante la gestación. La calidad de la alimentación de la madre durante el embarazo influye de manera muy importante, afectando directamente el crecimiento del feto y el desarrollo durante su infancia (proceso conocido como programación fetal). Es indispensable llevar un control estrecho y valorar si la dieta cubre los requerimientos de nutrientes necesarios para esto, como lo son el hierro, ácido fólico, zinc, calcio, vitamina D, yodo, cobre y omega 3 (DHA). Aunque se pueden suplementar, siempre será más aconsejable vigilar la calidad de la dieta para intentar cubrirlos a través de los alimentos, ya que de esta manera se asegura también el aporte adecuado de fibra, agua y probióticos. La ganancia de peso materna es otro factor para tomar en cuenta y monitorear, ya que el peso materno al inicio del embarazo, y la ganancia de peso en el mismo, se asocian con el nivel de adiposidad o grasa en el niño a los 5 años.
El tipo de lactancia que recibe el bebé es otra de las ventanas de oportunidad para asegurar una adecuada programación nutricional. No existe mejor alimento que la leche materna, pues no solo es rica en nutrientes y se adapta a las necesidades de cada etapa y refuerza el vínculo madre-hijo, sino que además contiene muchos otros factores como los galactoligosacáridos y probióticos que favorecen la adecuada colonización de la microbiota intestinal y anticuerpos que fortalecen el sistema inmune. Todas las academias reconocidas, entre ellas la American Academy of Pediatrics (AAP), la Sociedad Europea y Sociedad Latinoamericana de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN y LASPGHAN), así como organizaciones como la OMS, recomiendan que la Leche materna sea el pilar de la alimentación del recién nacido y que ésta debe prolongarse por lo menos por 2 años o hasta que el binomio madre-hijo así lo decida.
A partir de los 6 meses de vida la lactancia materna sigue siendo el alimento principal del lactante, sin embargo, ya no es suficiente para cubrir los requerimientos de macro y micronutrientes. El inicio de la alimentación complementaria no solo tiene como finalidad aportar nutrientes críticos como hierro, calcio, zinc y vitamina D, favorecer el adecuado desarrollo sensorial y motor y la obtención de hábitos de alimentación saludables, sino que también es una ventana de oportunidad para la programación metabólica del niño.
Las alteraciones que ocurren en los primeros 2 años de vida debido a un inadecuado aporte de nutrimentos, que resultan en inadecuado crecimiento y desarrollo, repercutirán en el desarrollo mental y motor y pueden asociarse a largo plazo con bajo rendimiento intelectual. Una adecuada orientación en la introducción de alimentos, asegurando aportes de nutrimentos clave como el hierro, zinc, omega 3 (DHA), y el optimizar la colonización intestinal temprana, cobra gran importancia y representa una gran oportunidad de asegurar un buen desarrollo.
Una adecuada alimentación complementaria debe personalizarse y monitorear que se cubra, desde las primeras semanas, no solo el requerimiento extra de energía y micronutrimentos al día, sino que además tenga una distribución adecuada de macronutrimentos. Estudios han demostrado que una recuperación rápida de peso (en niños con bajo peso al nacer o prematuros), un peso elevado para le edad gestacional, una ganancia de peso acelerada durante los primeros 24 meses de vida, así como una dieta con exceso de proteína (especialmente proteína animal y láctea) durante el primer año de vida predisponen a un mayor riesgo para obesidad en la edad infantil y adulta. Hoy en día es común preocuparnos porque nuestros hijos no reciban adecuada proteína en la alimentación, lo cual es totalmente infundado, ya que generalmente se cubre con la cantidad de alimento consumido; sin embargo, si es aconsejable buscar y promover el cubrir requerimientos de vitaminas, minerales y fibra a través de los alimentos.
Inadecuadas prácticas ambientales (celulares y tabletas, distracciones en la mesa) y falta de conocimiento de los padres, aplicando modelos autoritarios o permisivos al educar en la mesa, utilizando la comida como recompensa, ha resultado en el desarrollo de prácticas alimentarias no saludables en la infancia. La invitación es a seguir los principios de la “alimentación perceptiva”, en la cual el padre o cuidador aprende a interpretar y respetar las señales de hambre y saciedad del niño, pero con los conocimientos y habilidades necesarias para ofrecer alimentos de adecuada calidad y acordes a las necesidades motoras de cada niño. Siempre será mejor ser asesorado por un Nutriólogo especialista en Nutrición Infantil y alimentación complementaria, que pueda guiarnos como padres para favorecer la aceptación de una alimentación equilibrada y adecuada y la obtención de hábitos de alimentación saludables no solo para el niño sino para el resto de la familia.
Concluyendo, este periodo de 1000 días constituye una ventana de oportunidad única para intervenir y prevenir la aparición de enfermedades de la edad adulta. Optimizar el estado nutricional de la madre antes y durante el embarazo, así como una adecuada lactancia, y un inicio adecuado de la alimentación complementaria es clave para disminuir la prevalencia de enfermedades no transmisibles en las próximas generaciones.