¿Tienes una buena relación con la comida?

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Andrea Villanueva

Lic. en Psicología Especialidad en Trastornos Alimenticios

¿Consideras que tienes una buena relación con la comida? ¿Qué tipo de actitudes tienes hacia la comida? ¿Qué es la comida para ti? ¿Qué tipo de comentarios en relación con la comida haces enfrente de tus hijos?

El acto de comer suele ser un acto automático y poco cuestionado. Sin embargo, tiene un gran significado inconscientemente. La comida significa supervivencia, sin ella no podríamos vivir. La comida representa la vida. Nuestras ganas de comer representan nuestras ganas de vivir. De igual forma, la comida nos une y nos acerca a nuestros seres más queridos, por esta razón solemos juntarnos con familia o amigos y comer.

La comida además es el primer vínculo con nuestra madre. Desde que estamos en su vientre, nos alimenta mediante el cordón umbilical; cuando nacemos nos alimenta a través de su leche materna y posteriormente suele ser la que nos prepara los alimentos. Mientras todo esto sucede, la comida inconscientemente se empieza a convertir en un símbolo que representa a esa madre que significa amor, cuidado, contención, seguridad y protección. Recibir comida y recibir amor se convierten en casi la misma cosa. Por esta razón, nuestra forma de comer está ligada a la relación que tenemos con nuestra figura materna. Por lo tanto, si hubo carencias físicas y/o afectivas de nuestra madre, probablemente buscaremos satisfacerlas mediante otros medios como la comida, ya que buscaremos en ésta eso que recibíamos de nuestra mamá al alimentarnos o bien, eso que hubiéramos deseado recibir. De tal forma que la madre juega un papel importante en la relación que su hijo/a vaya a tener más adelante con la comida.

Por lo tanto, la madre es la primera fuente de nutrición y será un ejemplo a seguir. Sabemos que el ser humano aprende mediante la observación y la imitación. Por esto mismo, muchas veces cuando crecemos, nos cachamos actuando muy parecido a nuestra madre o a nuestro padre sin siquiera estar completamente conscientes de ello. De aquí viene la importancia de que la madre revise su propia relación con la comida porque su hija/o estará aprendiendo de todo lo que observe en ella. Si el hijo o la hija desde pequeño(a) se percata que la madre no acepta a su cuerpo, hace comentarios despectivos en relación con la comida, clasifica a los alimentos como “buenos” o “engordativos”, se restringe, se enfoca mucho en el físico de las personas, entre otras actitudes, este hijo crecerá con ese ejemplo y probablemente repetirá el patrón de tener una relación disfuncional con la comida porque así lo aprendió. No podemos esperar que vaya a actuar de otra manera porque no la conoce. “Nada es tan peligroso como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo”.

A pesar de que una madre quiere lo mejor para sus hijos, muchas veces no hay mucha congruencia entre lo que quiere y lo que hace. Como consecuencia de esta ambivalencia, el hijo se queda con el ejemplo de las acciones más que de las palabras.

Si los padres tienen una buena relación con la comida y con su propio cuerpo, los hijos crecerán observando este ejemplo y es más fácil que se sientan seguros con ellos mismos y con su físico porque es lo que aprendieron a hacer. Es común ver a adolescentes inconformes con su físico y con características de algún trastorno alimentario y al indagar más, descubrir que al menos uno de sus padres también siente lo mismo con el propio.

La adolescencia es el periodo de transición entre la niñez y la adultez. Es una etapa difícil y de mucha confusión. Por un lado, el adolescente está descubriéndose y está en busca del sentido de su vida y por el otro, están surgiendo en él muchos cambios físicos, sexuales, cognitivos, sociales y emocionales. De igual forma, es una etapa en donde hay mucha vulnerabilidad y en donde el principal objetivo es ser y pertenecer. Puede suceder que el adolescente se deje llevar fácilmente por amistades y por redes sociales. Desafortunadamente, éstas últimas constantemente nos bombardean con ideas del “cuerpo perfecto”, la delgadez como sinónimo de felicidad, las operaciones, el disgusto con nuestro cuerpo y con nuestro peso, así como la poca aceptación propia.

Ahora, ¿cómo saber si tu hijo/a está en riesgo de tener un Trastorno de la Conducta Alimentaria? Primero que nada, los TCA son trastornos mentales caracterizados por un comportamiento patológico frente a la ingesta alimentaria y una obsesión por el control de peso. A pesar de que éstos se manifiestan en relación con la comida, no son un problema con la comida en sí, sino manifestaciones de un conflicto interior. La voracidad o la restricción son maneras en las que una persona trata de lidiar con traumas, emociones demasiado intensas, creencias distorsionadas, medio ambiente, dinámica familiar, etc. que no sabe de que otra manera afrontar.

El primer paso es observar a tu hijo constantemente. Los TCA generalmente se desarrollan durante los primeros años de la adolescencia en adelante. Estos son progresivos y degenerativos. Puede haber una pérdida dramática de peso o bien, fluctuaciones drásticas. Hay una constante preocupación por el peso, se puede evitar comer o comer en exceso. Se empiezan a distanciar de amigos y de actividades, buscan comer solos y ya no acompañados. Puede haber un exceso de ejercicio, ir al baño terminando de comer, beber líquidos en exceso, su tema principal de conversación es el físico, las calorías, la comida, entre otros. Si ya se detectaron uno o más síntomas es importante pedir ayuda a un profesional de la salud mental. Es común que los padres no sepan qué hacer al principio y que sientan miedo y culpa. Lo importante es actuar a tiempo.

Por último, me gustaría dejarte algunas recomendaciones para fomentar en tus hijos la buena relación con la comida y con su cuerpo.

• Reconocerles características que no tengan que ver con el físico.

• Evitar hacer comentarios relacionados con la comida, el peso y las calorías.

• Evitar criticar los cuerpos de otras personas y los propios.

• Comer con ellos y observarlos.

• Ser un buen ejemplo.

• Tener una buena comunicación.

• Actuar ante el primer síntoma.