Hace más de 2,000 años Hipócrates dijo que “toda enfermedad inicia en el intestino”; este argumento nunca fue tomado en serio hasta hace pocos años. Y es que la relación o comunicación entre el cerebro y el aparato digestivo inicia desde el desarrollo intrauterino y se mantiene a todo lo largo de la vida de la persona.
A esta relación se le conoce como eje intestino-cerebro.Hasta hace varios años, el sistema nervioso humano se dividía en dos partes:
1. El Sistema Nervioso Central (SNC) compuesto por el cerebro con aproximadamente 86 billones de neuronas y,
2. El Sistema Nervioso Periférico (SNP) formado por la médula espinal compuesta a su vez por aproximadamente 69 millones de neuronas más todos los nervios periféricos.
Recientemente, diversas investigaciones demostraron que el aparato digestivo en su conjunto tiene cerca de 100 millones de neuronas, más que la médula espinal, motivo por el cual los investigadores le dieron el nombre de Sistema Nervioso Entérico (SNE) también conocido como “tercer cerebro”.
Imaginen que el eje cerebro-intestino es una carretera, en un extremo está la “ciudad cerebro” y en el otro extremo la “ciudad intestino” (ver imagen). Hay un carril de ida y otro de vuelta. Al igual que la piel, los músculos y los órganos de los sentidos que envían señales como imágenes, temperaturas, olores y sabores al cerebro (autos en la carretera en el carril de ida) y el cerebro en respuesta a esas señales envía órdenes a estos órganos para ejecutar algunas acciones (autos en el carril de vuelta), el intestino también envía señales al cerebro. El ejemplo más claro que todos hemos experimentado es al imaginarnos, ver u oler algún alimento, entonces el cerebro ordena al estómago que empiece a producir más ácido para recibir a la comida que viene en camino. ¿Qué tal cuando experimentamos el famoso “se me hizo agua la boca”? Es el cerebro ordenando mayor producción de saliva para recibir el alimento que va a entrar en la boca.
Ahora bien, los autos en la carretera casi siempre serán los mismos, pero la carga que lleve cada uno podrá ser diferente, sobre todo en el carril que viaja al cerebro. Vamos a tomar el ejemplo del “auto serotonina”. La serotonina es un neurotransmisor, es decir, una substancia que se encarga de comunicar a las neuronas entre sí, como si pasara un recado escrito de una neurona a otra; la serotonina ayuda a regular el estado de ánimo, la atención, la ira, la agresión, la recompensa, la memoria y la sexualidad. Aproximadamente el 90% de la serotonina en el ser humano se produce en las neuronas del intestino, de ahí el sobrenombre de “tercer cerebro”.
El estrés puede reducir la producción de serotonina. De hecho, los principales medicamentos antidepresivos se encargan de que haya suficiente cantidad de serotonina entre las neuronas para que haya buena comunicación entre ellas.
Una vez explicado esto regresemos a “ciudad intestino”. ¿Con qué vamos a cargar los autos y camiones que irán de “ciudad intestino” a “ciudad cerebro”?
Al consumir los alimentos, las sustancias del aparato digestivo (ácido gástrico, enzimas) y la microbiota se encargan de su digestión (partirlos en partes muy pequeñas) para que puedan ser absorbidos en el intestino delgado o continuar su camino por todo el intestino hasta ser transformados en materia fecal y desecharse. El tipo de alimento que consumamos, los conservadores y aditivos que traigan, los microbios malos y microbios buenos, el movimiento adecuado del intestino (motilidad) son los que determinan qué es lo que irá en cada vehículo hasta el cerebro, y en base a lo que llegue, el cerebro responderá de alguna manera específica.
Por ejemplo, si consumimos alimentos con alta posibilidad de fermentación (FODMAP) por las bacterias del intestino se producirá una gran cantidad de gas que distenderá o inflará el intestino enviando este mensaje al cerebro que lo percibirá como una agresión (incomodidad o incluso dolor). Si soy intolerante a la lactosa (azúcar de la leche) y no se puede digerir bien me producirá malestar o incluso hasta diarrea.
Pero no sólo los alimentos influyen en el funcionamiento del aparato digestivo y en los mensajes que llegan al cerebro, también las emociones lo hacen, a veces de manera más intensa y duradera. La serotonina, como ya explicamos, es la principal pero también la dopamina y la noradrenalina, son controlados por las emociones, y estas sustancias (neurotransmisores) influyen en los mensajes que llegan al cerebro y en las respuestas que el cerebro envía a los órganos.
Finalmente, algunas infecciones provocadas por bacterias, parásitos o virus pueden lesionar tan fuerte a las células del intestino y las terminaciones nerviosas que llegan a ellas y parten de ellas al cerebro que alteran las respuestas normales, generalmente favoreciendo una respuesta exagerada a estímulos normales. Esta condición es la que se conoce como “Síndrome de Intestino Irritable Post-Infeccioso”. Las personas que lo presentan suelen reconocer fácilmente que después de alguna infección intestinal muy fuerte ya no volvieron a ser los mismos y empezó su “colitis”.
Aproximadamente el 90% de la serotonina en el ser humano se produce en las neuronas del intestino, de ahí el sobrenombre de “tercer cerebro”.
En resumen, existe una comunicación muy estrecha y muy fuerte entre el aparato digestivo y el cerebro. Nuestras emociones, los alimentos que llegan al intestino y las infecciones pueden generar mensajes de alerta en el cerebro que lo obliga a responder en algunas personas, pueden afectar de manera significativa la calidad de vida. Por eso no existe un tratamiento que se pueda aplicar a todas las personas en general, se debe individualizar cada caso y tratar el síntoma predominante apoyándonos en ajustes a la dieta y el manejo de las emociones.