No existe palabra alguna que pueda impactar más profundamente que un abrazo verdadero.
Abrir los brazos para recibir a un semejante, acercarle al propio corazón, acogerle en los propios brazos con ternura, calidez y entrega, es el acto supremo de expresión afectiva. Es de una pureza que restaura, reconstituye y devuelve la confianza en la vida, sanando incluso viejas heridas.
Este tipo de abrazo, es un abrazo espiritual o terapéutico, es el abrazo que en ocasiones ofrezco a mi paciente en situación de vulnerabilidad.
Pero también es el abrazo entre un padre y un hijo, entre amigos sinceros, entre hermanos, esposos, y toda relación que se diga honesta, respetuosa, profunda y verdadera.
En esta clase de abrazo las palabras son innecesarias. Es un reconocimiento pleno de la humanidad del otro, es la experiencia máxima de comunicación sin palabras: es el vehículo de las almas convirtiéndose en una.
Existen una gran variedad de tipos de abrazos, desde los más mecánicos y protocoláres, sin una emoción auténtica que les respalde, hasta los más sensibles, afectivos y profundos.
En la variedad y verdad de los abrazos, encontramos diferentes niveles de inteligencia afectiva.
Un abrazo verdadero requiere momentos y encuentros verdaderos, esos en los que el tiempo se disuelve y sólo permanece la dichosa presencia del otro, y sin connotación erótica alguna.
En mi formación como profesora de Biodanza, aprendí que existe una gran variedad y maneras de abrazar.
Lo más importante es seguir al corazón expandiéndose a través de los brazos abiertos, dispuestos a sentir la vida en todas sus magníficas y gloriosas expresiones.
Deseo que puedas recibir y ofrecer más abrazos con alma y con corazón, que sanen, que restauren y devuelvan todo el gozo y la maravilla de estar vivos.